Un miembro de DINA-MAR ha publicado un post en iAgua (en el marco del concurso de la esfera del agua), que reproducimos dada su alta connotación hidrogeológica.
http://goo.gl/3hqQn
El año 2013 ha sido declarado Año Internacional de la Cooperación en la Esfera del Agua por la asamblea General de las Naciones Unidas. El objetivo del mismo es dar a conocer la importancia extrema que conlleva el aumento de la cooperación en la gestión hídrica, sensibilizar a los distintos agentes sociales y difundir los desafíos que enfrenta la gestión del agua como consecuencia de la demanda de acceso, asignaciones y servicios del recurso.
En la opinión de este bloguero, esta declaración es algo más que un brindis al sol o una declaración de intenciones. Más bien se trata de un alto en el camino para analizar la situación hídrica actual inherente al acelerado crepitar que ha traído el Siglo XXI. Nuevas palabras, auténticas desconocidas hasta la fecha, se han instalado en nuestras vidas para largo, por citar algunas, cambio climático, contaminantes emergentes, incluso esfera del agua; mientras que otras se han agravado: conflictos del agua, contaminación difusa y un hartazgo de términos que dibujan un panorama aparentemente desolador.
Por otro lado, de nuevo el léxico ha retrotraído términos caídos en el desuso durante décadas, tales como derecho humano de acceso al agua, redes de saneamiento, cooperación,… en definitiva... esperanza.
El arco de la esperanza. Pintura de Pablo Esquivel
Cuando hace ya más de 20 años estudiábamos hidrogeología en la facultad, el profesor D. Ramón Llamas nos inculcaba ya unos términos idiosincráticos que eran puramente sintomáticos del ambiente hídrico de entonces, etapa posterior a la Ley de Aguas y al reglamento que la desarrolla, y previa al Plan Hidrológico Nacional, como grandes hitos de la hidrogestión española. Sus alumnos aprendimos palabras, algunas acuñadas por este gran orador, como “hidroesquizofrenia aguda” “obstáculo al desarrollo”, “perforación por efecto contagio”… también pudimos percibir su preocupación ante el panorama existente, al aprender términos como “fiasco”, oír alusiones personales a los que él consideraba responsables, “Maligno Negro”, e incluso alguna máxima: “la hidrogeología es un perfil”.
Lo que nunca olvidó este profesor fue inculcarnos una palabra, quizás indirectamente en visitas a humedales degradados y amenazados, o en sus clases magistrales, “revolución silenciosa” y, quizás la más importante, “esperanza”. Esta palabra había quedado relegada a una segunda fila en el contexto de la gestión hídrica de un país que había alcanzado un alto desarrollo agrícola tras una guerra, motor de una economía desarrollista apoyada, en gran medida, en el regadío.
Los que empezamos a “comer del agua” tras nuestro paso por la facultad, hemos encarado siempre la gestión hídrica como un binomio, una moneda de doble cara. Su cara negativa estaba bien ilustrada por múltiples ejemplos harto emblemáticos, como el caso del Mar de Aral, o, sin llegar a extremos, acuíferos declarados sobreexplotados, etc. La otra cara de la moneda, bajo la filosofía ya mencionada, queda en manos de técnicos e hidrogestores, especialmente de aquellos de cualificada “hidroimaginación” y capacidad innovadora y aplicada, y siempre bajo la bandera del “more hope”. More hope para los cooperantes y las poblaciones a las que dedican gran parte de su vida, a los refugiados, a los millones de habitantes del planeta que caminan varios kilómetros en busca del preciado líquido, en general mujeres y niñas, "aguadoras" forzosas de una cultura que poco a poco abandona su incultura; more hope para todos aquellos que comparten su saber con poblaciones necesitadas antes que llevárselo a la tumba, a los que escriben manuales técnicos y tratados sin lucro alguno, solo por haber prometido trabajar por la cultura y por la ciencia; more hope para todos los afectados por conflictos del agua, guerras del futuro que no han hecho más que empezar; more hope para todos nosotros, ya que los problemas "de otros", que se podían eludir cambiando de canal, ahora nos afectan, y mirar a otro lado, la técnica del avestruz, ha dejado de funcionar.
Los eventos organizados por instituciones estrechamente ligadas a la “esfera del Agua” siempre han resultado harto realistas. Me viene a la cabeza las jornadas de Cruz Roja tituladas “Agua, sequia y conflictos”, o bien las de “conflictos del agua”, o la celebrada por el Ministerio de Medio ambiente en 2010 “Escasez de agua y sequía”, por citar algunas de un amplio elenco de eventos hiperrealistas fiel reflejo de una realidad cada día más palpable.
Con ayuda de la prensa, cada vez más términos se van incorporando a nuestro léxico, por limitado que este sea: acuíferos sobreexplotados, intrusión marina, contaminación difusa, “camioneo”, acuíferos transfronterizos, y, entrando por el otro oído, ahorro, eficiencia hídrica, derecho humano al agua, y, de nuevo, "hilo de esperanza".
Repentinamente y mirando alrededor, el panorama puede resultar desabrido, y es que a lo mejor, y solo a lo mejor, la solución se encuentra precisamente ahí donde casi nadie mira, hacia abajo, bajo nuestros pies. Ingentes volúmenes de agua invisible, preservada de serias amenazas, pueden garantizar un "futuro mejor" mediante técnicas de minería del agua sostenible. Los acuíferos, como los amigos, te pueden dar lo mejor de sí unos años, y, si los cuidas, lo harán toda la vida.
Si el agua ha condicionado el comportamiento del hombre desde su origen, poblados asentados junto a manantiales o en la orilla de cursos de agua, pozos colectivos, esquemas organizativos complejos no carentes de ingenio y de avanzados sistemas de gestión; esta misma agua debe traernos esa ansiada esperanza.
Volviendo al lado anecdótico de este bloguero, aprovechando que un blog no es un artículo científico, uno se puede permitir ciertas licencias, como traer una "batallita" al escrito: El pasado verano caminaba con mi familia por la judería de Sevilla, en concreto por la "Calle del Agua", entre guiris y puestos de recuerdos, con mi hija pequeña tirando de mi manga pidiendo un traje de bailadora. El paseo, además de agradable, es simplemente "crucial", pues avanzas por la susodicha calle, llegas a la esquina y ahí se alza un kiosco llamado “Agua y vida”. Avanzas un poco más y por encima de tu cabeza se avista el cartel con el nombre de la calle adyacente, la "Calle de la Vida", y esto no puede ser casual. Ese rincón del planeta cuenta con lugares equivalentes a lo largo de toda la esfera, recordando una máxima fundamental: al igual que el origen de la vida estuvo en el agua, este binomio "agua-vida" será la garantía de nuestro futuro, de las generaciones venideras, y por ende, de nuestro planeta.
Cruce de las calles Vida y Agua. Sevilla.
Volviendo a la analogía de la amistad, cuidar al amigo o cuidar el recurso agua pasa por contar con los acuíferos como elemento de gestión de primer orden, sospechar que una posible solución para paliar un gran número de efectos negativos del cambio climático se encuentra oculta, bajo nuestros pies.
Una vez más llego a la misma conclusión alcanzada por otras vías en los últimos años: el futuro de la gestión hídrica debe otorgar a los acuíferos la importancia que merecen, “la clave es el almacenamiento”, en el idioma que cada cual desee, y estos recursos van "de la mano" de la esperanza.